19 de octubre de 2017
La entrada del otoño anuncia en otras cosas la festividad de los Fieles Difuntos el 2 de noviembre, y esta fecha nos recuerda una cita cada año con los seres queridos en su lugar de reposo.
Nuestro cementerio cumplió este año nada menos que ciento treinta años, pero las gestiones para la construcción del mismo partieron dos años antes, 1895. Hasta ese momento la parroquia sepultaba en un recinto de 80 m2 a sus vecinos entre el muro que delimita el campo de la iglesia por el norte y la fachada de esta orientada hacia este punto cardinal. No hubo más remedio que clausurarlo por la imposibilidad de realizar inhumaciones sin transgredir los preceptos de las leyes sanitarias y la higiene pública, de modo que el consistorio ovetense dispuso que los fallecidos fuesen enterrados en la capital.
Merece la pena recuperar algunas frases del documento que el párroco dirige al alcalde ovetense para corroborar la urgente necesidad de acometer la construcción de una nueva necrópolis: “inhumar un cadáver supone remover los restos de otro… si el sepulturero pudiese prescindir de ejecutar ciertos actos de la más cruel inhumanidad …. a parte el inminente peligro de la sanidad pública viciando los aires con el contacto de semejantes focos de podredumbre”. Los trámites consistieron en la redacción de solicitudes e informes durante el segundo semestre del año 1895, 18 y 24 de junio, 2 y 5 de julio, 5, 10, 12 y 23 de agosto, 2 de octubre, 29 de noviembre, 3, 7 y 11 de diciembre-. Los firmantes fueron por un lado una comisión vecinal, a cuyo frente estaba el presbítero y el alcalde pedáneo y por otro el alcalde del ayuntamiento de Oviedo, el gobernador civil de la provincia, el arquitecto municipal Juan Miguel de La Guardia y Ceinos y dos facultativos municipales. Priorio no tuvo otra salida que buscar una solución inmediata y acogerse a la legislación que sobre el particular era de aplicación. Esta se remontaba a la Real Cédula de 3 de abril de 1787 de Carlos III, a la Circular de 26 de abril de 1804 de Carlos IV y a la Real Orden de 19 de mayo de 1882 entre otras, ya que a partir de 1884 se prohíben los enterramientos en lugares que no sean fuera del poblado y dentro del recinto de los cementerios. Entretanto, los vecinos consiguieron que el gobierno municipal autorizase las inhumaciones con carácter extraordinario en un recinto delimitado hasta la apertura del nuevo camposanto dado el inconveniente y coste que suponía trasladar los cadáveres a la capital de la provincia.
La parroquia ofrece el terreno de Santianes que tiene una extensión de 1415 m2 si bien en el proyecto la cantidad que figura es algo más reducida -1365 m2-, pero la superficie construida fue de 1200 m2 dentro de un perímetro de forma trapezoidal irregular, que se consideró suficiente para atender a las necesidades de esta parroquia. El informe del cura recoge una mortalidad de 188 personas en diez años, lo que supone una tasa de mortalidad cercana al 30%0. Además, se esgrimen como razones de peso las circunstancias especiales que en la parroquia concurren, ya que es una de las más importantes y conocidas del concejo. Este argumento descansa en el incremento considerable de la población como consecuencia de la temporada de baños. El lugar elegido es el prado o huerto de Santianes, ubicado en una pequeña elevación con un ligero declive de este a oeste. Está comunicado con el camino parroquial de Priorio, dista 200 m de la iglesia, y su orientación es tal que los vientos dominantes le cruzan en una dirección que se aleja de las zonas habitadas bastante; sin embargo la composición del suelo no era la más idónea al ser arcillosa pues incrementaba el tiempo para proceder a las exhumaciones, pero tampoco hay en la parroquia unas condiciones geológicas más favorables. Este inconveniente se atenuaba ligeramente al comprobar que la roca subyacente está a gran profundidad. A su favor contaba la ausencia en sus inmediaciones de fuentes, manantiales y ríos que pudieran ser contaminados, pese a que algunos lugareños contribuyeron a forjar una leyenda en relación con el manantial que aporta agua a la Fuente de Los Tres Caños. Alguna vez se ha escuchado que esta surgencia pasaba por debajo de su emplazamiento y hubo hasta quien afirmó que un vecino había visto salir de uno de los caños el moño de una difunta. Nada de esto está documentado y el termalismo de sus aguas confirma su conexión con el manantial del balneario y no con la loma de Santianes.
Los vecinos en un ejemplo de cooperación, que ojalá existiese en la actualidad, ofrecieron su colaboración suministrando piedra, arrastrando materiales, participando en las labores de peonaje, pero el municipio fue el responsable de la dirección e inspección de las obras a realizar, cuyo presupuesto ascendió a 7473,13 pesetas. Estas consistieron en la excavación de zanjas, levante de muros de mampostería para la cerca, la construcción de una capilla, depósito y osario -este último no se llegó a construir-. Se dispuso que los enterramientos ocupasen 2 m de manera que en veinte años las inhumaciones ocuparían una superficie de 720 m2, dejando el resto para las precitadas construcciones y caminos de servicio. Parece que no se preveía la construcción de nichos adosados a los muros de cierre, que comenzaron a generalizarse bien entrado el siglo XX, pero su origen hay que retrotraerlo al siglo XVIII a partir de las propuestas de Juan Villanueva y Ventura Rodríguez. Sepulturas y nichos contribuyeron a postergar la ampliación en la década de 1980 adosada al muro sur sobre un ligero declive que está pasando factura en la actualidad a los nichos construidos en los últimos años porque no se ha previsto el movimiento de esa pequeña ladera y la cimentación de las baterías de los enterramientos tampoco es consistente.
La mano del arquitecto municipal ha quedado plasmada en la entrada. Se abre entre dos pilares de ladrillo sobre potentes plintos de piedra y se remata cada uno con un bloque pétreo cubierto a cuatro aguas, que en las caras exteriores tienen inscrito año en mayúscula y la fecha en número -1987-. La luz de este vano acoge una bella muestra de rejería neogótica rematada por una gran cruz bajo la cual y para que no haya lugar a duda una inscripción recuerda su titularidad: Cementerio Parroquial. Frente a la puerta y siguiendo las directrices del alarife se ha construido la capilla neogótica rematada con una pequeña espadaña. No está orientada como la iglesia. Dentro de ella se habilitó un lugar para enterramiento de los sacerdotes titulares de la parroquia, que hasta el momento ha acogido los restos mortales de tres fallecidos en 1914, 1953 y 1995. Adosado a la capilla se construyó un depósito que actualmente cumple la función de almacén para custodia de enseres de limpieza y decoro de las sepulturas.
A pesar de su carácter netamente rural, una visita permite contemplar la segregación del espacio al ver la ubicación de las sepulturas del marquesado de Santa Cruz de Marcenado y de la que en tiempos se asoció a la marquesa de Macua, pues no en vano están adosadas a los muros sur y norte respectivamente de la capilla. Acoge desde el verano de 1986 una tumba diseñada en granito por don Manuel del Río Castro, catedrático de Dibujo de la Universidad de Oviedo. El trágico fallecimiento de su hija en agosto de aquel año dio lugar a esta construcción con cuatro sepulturas, pero lo que más llama la atención es una maternidad esculpida por su mano. Decidió colocarla porque le gustaba mucho a su hija. Merece la pena contemplar esta escultura en la que el gusto por las formas geométricas, no en vano su producción plástica está influenciada por el postimpresionista Cézanne, el vaciado para labrar el regazo y los rostros de la madre y el niño, así como la rugosidad del bloque granítico hacen que esta imagen -no responde a los modelos de la estatuaria funeraria- sea digna de atención así como las inscripciones grabadas en la losa granítica: “Si pensáis, si sentís como yo, si me queréis, os queda el recuerdo de uniros a mí en algún lugar”. “A ese lugar”. El resto de las tumbas son sencillas y responden a diferentes modelos: sepulturas, panteones, nichos adosados con tres alturas, bloques de seis enterramientos en edificaciones que simulan una gran bóveda o un templo clásico entre otros. Finalmente también hay que recordar que dispuso de vegetación, la típica de estos lugares, cipreses, cuya vida se extinguió a mediados del siglo XX.
El fosal de Priorio no fue ajeno al respeto de quienes no comulgaban con la fe católica. La Ley de 29 de abril de 1885 abordó esta situación así como la Ley de 18 de febrero de 1872, pero fue la Ley de 19 de mayo de 1882 la que estableció la necesidad de contar con espacios para los no católicos en los cementerios de nueva creación. La parroquia tuvo su recinto civil con entrada independiente que se identifica en las jambas y dintel que aún permanecen dentro del muro de mampostería orientado al este. Aún se identifica sobre el dintel los restos de su denominación “ivil”, pues con el paso del tiempo se desprendió el resto: “cementerio c”.
La gestión de este camposanto cuenta con una junta presidida por el párroco para el mantenimiento y decoro del mismo. Se ha establecido un canon por cada lugar de enterramiento, pero hay titulares de las sepulturas reacios a colaborar con el estipendio acordado. Esta reticencia ha conllevado la ralentización en la ejecución de una serie de actuaciones que poco a poco se fueron haciendo una realidad: colocación de thujas -tuyas- para ocultar la tapia sur de la ampliación construida con bloque de arenón y cemento, reja de acceso, aceras, ajardinamiento, saneamiento de los viejos muros de mampostería, eliminación de barreras arquitectónicas mediante la construcción de unas nuevas aceras y rampas, dotación de nuevos puntos de agua y evacuación de aguas sobrantes, recogida de aguas de la lluvia, restauración de la capilla neogótica y del antiguo depósito. Hoy puede decirse que tiene un aspecto digno, pero hay que arrimar más el hombro para ennoblecerlo como se merece, siempre que todos decidamos sumar, pues no es asumible catalogarlo con razonamientos tan simples como el huerto del cura. Es el lugar al que todos, independientemente del credo que profesemos o en su caso de la ausencia de fe, estamos condenados a ir algún día. Este campo de la dormición es uno más de los innumerables recursos culturales que ofrece la parroquia de San Juan de Priorio y su entorno. El acceso es libre. Merece la pena conocerlo.
Ángel de la Fuente Martínez