1 de junio de 2017
Pasaron unos años desde la promulgación de la Real Cédula, hasta que se empezaron a construir los nuevos recintos; había que encontrar los lugares idóneos y realizar los proyectos necesarios para su construcción y Oviedo no fue una excepción en este sentido. Hasta entonces, para el uso de la ciudad, se utilizaban los cementerios parroquiales de San Julián de los Prados y San Pedro de los Arcos.
El primer cementerio municipal fue “San Cipriano”, situado en las proximidades de lo que hoy ocupa el Seminario Metropolitano, entre las actuales calles de Leopoldo Alas y Muñoz Degraín. Se utilizó desde 1809 y permaneció en uso durante unos 60 años, muy poco tiempo para una instalación de este tipo. Debido al aumento de la población y la rápida expansión de la urbe, pronto se hizo insuficiente en tamaño, además de quedar inmerso dentro del casco urbano, por lo que fue obligado su traslado a las afueras. Así nace el actual cementerio de Oviedo, al que se le ha puesto el nombre de “El Salvador” en homenaje al patrón de la ciudad. Situado entre los barrios de Los Arenales y El Bosque, en la zona sur de la ciudad, goza de un emplazamiento privilegiado por las vistas y su entorno verde.
El arquitecto municipal, Patricio Bolumburu, presenta un proyecto con una planta rectangular de 60.000 m2, en su mayoría destinados al rito católico, incluyendo un recinto de menor tamaño con una entrada independiente, para los enterramientos civiles.
Destacan los dos pórticos de las entradas: el religioso, de Juan Miguel de la Guardia, está compuesto por 5 arcos, siendo el central apuntado, de mayores dimensiones y con columnas de capiteles adornados con motivos florales. En la zona civil, Javier Aguirre diseña un frontón de inspiración griega, apoyado en columnas de estilo dórico.
Dos amplias calles, una longitudinal y la otra transversal, dividen el espacio en 4 cuadrantes y en el centro geométrico que, a su vez coincide también con el punto de mayor altitud, se alza la capilla de estilo ecléctico.
A los lados del pórtico principal, dos edificios simétricos destinados a viviendas y dependencias administrativas: una para el conserje que se encargará de la vigilancia del recinto, la apertura y cierre de las puertas en los horarios establecidos y las órdenes de trabajo para los sepultureros. En el otro edificio, la vivienda del capellán-rector nombrado por el Arzobispado que además de ofrecer los servicios religiosos, también fue el responsable de la custodia de la documentación legal que acompañaba al difunto, en su condición de funcionario municipal.
En las proximidades de la capilla y alejado de las viviendas, se proyectó el depósito de cadáveres, tanto para uso del propio cementerio como para uso judicial. También se habilitó un recinto cerrado al acceso público donde se recogerían los huesos procedentes del vaciado de las tumbas cuyo tiempo de uso había expirado y para los casos en que los que los familiares no reclamaban dichos restos. A ese espacio se le llamó Osario General.
El proyecto en sí fue muy completo y perfectamente estudiado por el arquitecto. Los espacios estaban bien distribuidos y las asignaciones de terreno bien definidas, considerando el tipo de construcción a realizar. Naturalmente, todo lo descrito se encontraba rodeado de muros de piedra, con la altura suficiente para evitar la profanación de las tumbas.
En las cercanías de la capilla y en el pasillo central pronto se fueron asignando las parcelas destinadas a levantar los primeros panteones. Eran los emplazamientos preferentes, siguiendo la tradición ancestral de mantener los privilegios de la burguesía. Con su poderío económico, fueron encargando a diversos artistas grandes mausoleos en función de su status social. Cada familia tenía sus preferencias a la hora de elegir el estilo arquitectónico y la ornamentación exterior, con sus estatuas de temática diversa, bustos, medallones… Construidos o esculpidos en piedra caliza, arenisca, granito o mármol, son los baluartes de la arquitectura decimonónica y un legado patrimonial importante que hoy día podemos disfrutar.
El resto de las tumbas se fue distribuyendo en forma reticular, cuadrículas con pasillos interiores, igual que el trazado de los edificios en una nueva ciudad.
Algunas publicaciones fechan el proyecto inicial de Bolumburu en 1881, sin embargo la primera concesión de terreno para la construcción de un panteón, fue asignada al Cabildo de la Catedral Metropolitana de Oviedo, y tiene vigencia desde el 9 de Mayo de 1865.
A lo largo de los años el cementerio ha sufrido algunos cambios. La evolución de la sociedad así lo ha requerido: una ampliación en los años 70 y otra en los 90 han dado como resultado una superficie total de casi 9 hectáreas, con 22.000 unidades de enterramiento operativas.
Aquí descansan personajes ilustres de la ciudad en todos sus ámbitos: cultural, social, económico, político y militar. Iremos publicando breves biografías y lugares de enterramiento, con algunos datos de interés.
En definitiva, el cementerio de El Salvador es, sin ninguna duda un reflejo muy significativo de la historia viva de Oviedo.
Silvia Blanco y Luis Cué